La muerte es un tema complicado para mucha gente, casi tabú. Y es complicado convivir con ella o asimilarla, porque aunque por definición la muerte es parte de nuestras vidas desde el principio hasta el final inevitable, pocas veces se enseña cómo afrontarla, o cómo convivir con el hecho de que todos a quiénes conoces morirán antes o temprano, sin que ello te paralice. Supongo que a cada uno le toca elegir cómo lo hará.
A veces las enseñanzas te vienen a hostias, y no te da tiempo a pensar nada. Las únicas opciones son hundirse y ensañarse en el pensamiento de lo injusta que es la vida, que siempre se van los mejores y demás tópicos, o aceptar que la vida es como es, ni justa ni injusta: simplemente todo el mundo se muere, incluso a quiénes más queremos.
Supongo que sonará frío, duro, impasible o como se le quiera llamar. Me lo han llamado. Pero en realidad, pienso que todas nuestras vidas serían mejores si fuésemos conscientes de que cualquier momento puede ser el último en el que vemos a quienes nos importan, aprovechando los pequeños motivos para ser felices, y alejarse de tonterías y excusas para no serlo.
Esto no significa no echar de menos horriblemente a los que se van, o sentir rabia porque las cosas no son como querrías. Pero no las puedes cambiar. Y es más fácil y productivo aprender a vivir con las cosas como son, que vivir en la frustración de no poder cambiar lo irreversible.
Porque si algo tiene la muerte, es que todo parece pequeño a su lado. El coche funciona mal? Poco dinero para llegar a fin de mes? No puedes permitirte esas vacaciones soñadas? La gente habla mal de ti a tus espaldas? Lo pones a su lado y todo es insignificante. En vez de dejarse dominar por el hecho de que nuestro tiempo en el mundo es limitado, creo que es más productivo crear una vida de la que, mirando atrás cuando llegue el momento, estés orgulloso de haber vivido, y sobre todo, de la manera en que uno ha querido. Y aprovechar cada momento para intentar ser feliz, porque nunca vas a saber cuándo es tu último día.